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Juan Basanta: «El cine trasciende por la fuerza de las historias»

Por Katherine Hernández

 

La avenida Independencia es una de esas serpientes de asfalto que cruzan con vértigo el sur de la capital dominicana; con olor a mar Caribe la atraviesa de oeste a este, decenas de edificios teñidos de tiempo, salitre y sueños se alzan a sus costados. Ahí, un árbol con flores de intenso naranja da sombra al refugio de un cineasta dominicano que, con su más reciente producción, hará, según lo que presenció mi subjetiva visión esa tarde, que el séptimo arte dominicano dé un paso como los que hicieron famosos a Armstrong y Aldrin en 1969.

 

La estructura de concreto que se alza sin mayores pretensiones desde su exterior se convierte en un grito de creatividad apenas uno asoma las narices. Se trata de la sede de Basanta Films, una compañía dominicana dedicada a la producción audiovisual. Los libros llenan las estanterías, un sombrero y una chaqueta se posan inadvertidos en una esquina, mientras decenas de máscaras le hacen guiños al intrépido visitante.

 

Juan Basanta llega con el afán en hombros, con la ciudad arriba, cuando apenas son las once de la mañana, con el cabello recogido como de costumbre y con la afable pregunta matutina de «¿quieres un café?». Esta bebida arrancada de la madre África muchas veces nos transporta a un día vertiginoso y nos acopla el alma. Fue así como nuestra conversación se desarrolló sin prejuicios de tiempo y sin el aire denso de la formalidad, presenciada solo por las muecas de cinco máscaras guindadas en el fondo de una pared de piedra, retratos familiares, cinco resaltadores, un libro de Almodóvar, otro de Caamaño y uno del ídolo gastronómico Anthony Bourdain.

 

Basanta, en el papel, estudió comunicación social en la UASD y Derecho en Unibe, y es egresado de la primera promoción de la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba; en el ejercicio, produce comerciales para reconocidas empresas y videos para estrellas internacionales como Juan Luis Guerra, Don Omar, Daddy Yankee, Wisin y Yandel, Aventura, Maná, entre muchos otros; entre sus lauros, el Premio Casandra, que ganó en cinco ocasiones, y nominaciones a los MTV Music Awards, además de a los Premios Lo Nuestro; en la piel, Juan, como lo llaman sus amigos, es un hombre que se sonroja con facilidad, al que visos de timidez le hacen peculiar y franqueable, un hombre de verbo suelto y talante práctico.

 

Nos regaña si no le tuteamos. Cuenta de sus días en Cuba, cuando tenía unos veinte años, de cómo dio ahí sus primeros pasos en la profesión de las luces, de su amistad con Francis Ford Coppola y de las bromas que le hacía al «Gabo» sobre llevar al cine Cien años de soledad, pero tomando solo las páginas impares.  

 

–Traducir al cine la literatura –dice Juan Basanta– le roba al espectador la interpretación personal que crea en su cabeza y el ritmo. La literatura latinoamericana, sobre todo, dedica por lo menos el veinticinco por ciento a la descripción del espacio.

 

–¿Fue esto precisamente lo que hiciste con tu nueva película Biodegradable? Tomaste como referencia una novela y la llevaste al cine.

 

-Una Rosa en el Quinto Infierno, de William Mejía, es una obra que trata de un campo de concentración que se llama El Sisal y que existió en Azua; allí, Trujillo metía, según él, a los vagos, discapacitados y a presos políticos. Todos coinciden en que era un campo de concentración enmascarado en un plan social. Yo venía de la experiencia de La fiesta del Chivo y de La ciudad perdida, de Andy García, y hoy entiendo que nuestro público joven no tiene un vínculo con ese pasado. No es que no lo deba tener, pero no es un vínculo que lo lleve a ir al cine. Entonces, preferí hacer de esta novela una adaptación y proyectarla hacia el futuro. La llevamos al 2031 y ahí nos encontramos más cómodos porque por ejemplo no nos estamos fijando en los zapatos –como pasa en una película de época– y establecemos un discurso en el que decimos «si olvidaste tu pasado y no has entendido qué hacer con tu presente, mira qué futuro te toca», este es el telón de fondo de una historia de amor.

 

–Pudimos ver parte de este largometraje y observamos una estética distinta a la que usualmente se ha utilizado en el cine dominicano. ¿Buscan romper con patrones? ¿Buscan cambiar la forma de hacer cine?

–Yo no creo que queramos hacer un cine distinto, creo que solamente queremos hacer cine. Lo que estamos tratando de hacer es un sacrificio muy grande. Creo que al final de cuentas es como cuando te traen un plato bien terminado: puede ser muy sencillo, pero te das cuenta, en lo simple, de que está bien hecho. Creo que hemos elaborado ese plato en la película y es lo que queremos que la gente pruebe.

–Te vemos muy emocionado con esta película, ¡se te nota!

 

–Estoy muy emocionado porque hemos sumado mucho. La fotografía es de Claudio Chea, el diseño de producción es de Rafi Mercado, quien también es director. La edición es de Raúl Marchand, otro director-productor puertorriqueño. La sumatoria que logramos en el equipo es esplendorosa y hace que inevitablemente tenga que quedar bien.

 

–Te tomaste tu tiempo para hacer este largometraje.

 

–Mira, tengo muchos reproches por eso. Hay mucha gente que entiende que debo ser más productivo, que debo aprovechar más la Ley de Cine, que debo sacarle todo el dinero posible a este momento por las facilidades. Yo iba a estar en esto con o sin la ley, gracias a Dios que existe pero yo no sé hacer las cosas de otra manera: si no tiene pasión, si no tiene garra, si no estás viviendo cada segundo, cada plano, cada encuadre, no lo sé hacer. Creo que maduré lo suficiente para llegar muy claro a hacer lo que quería. Se te puede ir la vida, pero si dejaste algo bien hecho, te vas con más gusto (sonríe). Creo que mucha gente está haciendo cosas de forma oportunista. Pienso que la industria tiene que mejorar, no es que no aprovechemos la oportunidad, pero es que yo estoy mal diseñado para eso, no me gusta lo fácil.

 

–Uno de los productores ejecutivos de Biodegradable, Julio Caro, comentó a la prensa que la película está hecha «con estándares de Hollywood». ¿Por qué esta aseveración? ¿Cuáles son esos estándares?

 

– (Ríe) ¡Habría que preguntárselo a Julio! Mentira, creo que se refiere a que cuando viene a la filmación, ve un diseño de producción muy cuidado, la fotografía también. Es mucho trabajo, mucha pre-producción. Dejamos la improvisación para mejorar, tuvimos la idea de que el set estuviera siempre listo y que fuera un espacio libre.

 

Biodegradable será la película de apertura del Festival de Cine Global Dominicano en su séptima edición. ¿Cómo surgió esta posibilidad?

 

–Iba a ser la película que abriera el Festival en el 2010 (ríe), es tanto el tiempo que tenemos trabajando, discutiendo de esto con Omar (De la Cruz), con el mismo presidente Fernández y no me dejaron opción básicamente. La verdad es que desde que se inició el Festival soy parte del equipo, es nuestra sala, por así decirlo, hacia el mundo. No tenía cómo decirles que no: tanta colaboración, tanto apoyo, no había plan B.

 

–Los actores de la película, ¿a quiénes veremos?

 

–Son maravillosos. Está el debut en cine de doña Cecilia García; está Rayniel Rufino, quien viene de Sugar; está Paul Calderón, quien participó en Pulp Fiction entre muchos otros filmes; está César Évora, que es un hermano del alma de toda mi vida. Y una cantidad de dominicanos: Hemky Madera, Giovanni Cruz, Ángel Haché, El Cata, La Materialista, Hensy Pichardo, Raymond Jáquez, Isabel Polanco, Francisco Cruz, Liz Gallardo, en fin, un grupo de gente con una gran consistencia frente a la cámara.

 

–Como director, ¿qué tal fue la experiencia de manejar y encaminar tantos talentos?

 

–Difícil, un gran apoyo de mi equipo de coaching. Bueno, ¡qué va a ser difícil! Todo se trata de una conspiración, esto es un proceso que te invita a matar al enemigo que es el aburrimiento y el cine malo. En contra de eso se suman las almas y el guión también abre puertas. 

 

–En la prensa local han dicho que estás como «niño con juguete nuevo», ¿es cierto?

 

–Sí, es así, hace mucho que no me divertía tanto. Dicen que el hombre es un niño grande con juguetes más caros.

 

–¿Estabas aburrido de lo que venías haciendo hasta ahora?

 

–No estaba aburrido, solo que a veces de tanto trabajar para otros, también es muy lindo trabajar para uno, se tiene una gratificación inmediata y eso se siente. Es un trabajo infernalmente tedioso, lleno de detalles, son mil preguntas al día cuando estás filmando, dos mil cuando estás pre-produciendo y luego viene la terminación, donde no se para.

 

–Distintas personalidades y académicos del cine han afirmado que es en el guión donde muchas películas dominicanas pierden fuerza. ¿Cómo ves esta situación y cómo lo manejaron en Biodegradable?

 

–La película es una adaptación de un Premio Nacional de Novela al cine; el guión original es de Jorge Luis Pascal, y luego Marcel Fondeur y yo tomamos el proyecto dándole una ambientación futurista; tratamos de producir una película que no estuviera dentro del período trujillista, que no deja de ser de un período que nos marcó y nos sigue marcando. Adaptar eso a la reflexión futura fue muy difícil. Yo me especialicé como guionista, ese es el lado flaco de todo porque las películas se hacen en blanco y negro, en papel –que lo aguanta todo por cierto–, lo bueno es que al ser productor tienes el balance que te hace saber qué puedes poner en papel y qué no. Ser productor te hace pensar en la logística y en cómo darle viabilidad a la idea.

 

–Algunos críticos dominicanos de cine apuntan a que una de las trabas de las producciones locales es su falta de universalidad. Dicen que el carácter localista en exceso no permite que el cine criollo se abra puertas a nivel internacional. ¿Cuál es tu percepción al respecto y dónde está ubicada Biodegradable en este sentido?

 

–Es cien por ciento dominicana, tiene la posibilidad de que sus chistes no sean traducidos y esto no es contra la comedia. Yo creo que no hay películas más localistas que Amores perros o Ciudad de Dios. El problema de nosotros no es cuánto tocamos la superficie, es qué tan profunda es la herida. Creo que algunos críticos se equivocan porque no es dónde andamos, sino, más bien, quiénes somos; hay películas hasta en arameo, ahí está Apocalypto. La cuestión es cuánta fuerza le pones a la historia, es eso lo que la hace trascender. No es la geografía, son las raíces.

 

–Hablando de raíces, en la página web de Basanta Films se explica que la República Dominicana es un destino inmejorable para el rodaje de películas.

 

Esa es una conspiración en la que estamos envueltos muchos. Hemos contado, gracias a Dios, con un cineasta que le prestamos a la política que es Leonel Fernández; así se lo dije, por cierto, a Claudia Palacios cuando nos entrevistó para CNN en español y a ella le causó mucha gracia. Nosotros tenemos la misión de ser cabeza de ratón, no cola de león. ¿Qué quiere decir eso? Bueno, yo no puedo salir de aquí y ponerme en fila a esperar que las cosas me lleguen, yo tengo que hacer lo mejor que pueda para que vengan aquí a donde nosotros. Tiene que ver con una máxima del derecho ius soli oius sanguini, pero aquí tenemos que ser dominicanos a la fuerza, sin alternativa. Hay que traer trabajo para acá y exportarlo.

 

–La página también describe que tienes «una peculiar visión universal-caribeña». ¿De qué se trata esto?

 

–Mira, un amigo africano me brindó un día unos plátanos fritos y les puso canela, pimienta negra y sal; los sabores del plátano cambiaron totalmente. Nosotros somos una isla, que es el continente más pequeño de todos, compartido con Haití. Dialécticamente a nosotros nos ocurren las cosas de una manera particular, te diría que el viaje en yola a Puerto Rico puede ser muy largo para el que se monta en avión, pero muy corto para el que espera toda la vida. Lo que nosotros queremos hacer es encuadrar, tocar texturas.

 

–El acento con el que hablas también tiene un poco de esa mezcla, de esa «universalidad caribeña».

 

–Mi padre es argentino, mi mamá es dominicana, mi hermana es mexicana, mi abuela es haitiana. (Ríe) ¿Qué te cuento? Me eduqué en Cuba, mis hermanos son puertorriqueños. Somos inmigrantes en cierto modo. El artista es, además, un nómada buscando siempre el «algo».

Consultado sobre la actualidad del cine dominicano, sobre los jóvenes directores emergentes, sobre la falta de profesionales en la industria que se dediquen al know how técnico, Basanta cambia el tono y suspira.

 

–Yo creo que el dominicano tiene el tema del «afichismo», todo el mundo quiere ser protagonista. Las pirámides no las hizo un solo hombre. La sumatoria de esfuerzos es la que hace el camino. No hacen falta tantos José María, hacen falta más Franklin Hernández, más Peyi Guzmán, hacen falta más orfebres para que haya un arte. Nosotros adolecemos profundamente de eso y lo peor de todo es que la alta remuneración que se da por los vacíos que tenemos en esos sectores debería ser un incentivo, debería haber veinte sonidistas porque nada más hay dos.

En los pocos minutos que estuve sola antes de que Basanta llegara a nuestro encuentro y en los que cariñosamente me invitaron a pasar a su oficina, caí en la tentación inocua de ojear los libros que pueblan ese universo de Basanta Films en el que las paredes no dividen sino que integran espacios: no existen, son vidrios. Balaguer y yo: la historia, de Víctor Gómez Bergés; Fidel Castro: guerrillero del tiempo, de Katiuska Blanco; The Disney Encyclopedia of Baby and Child Care,de Lendon Smith, y César, de Colleen McCullough, contrastan con ejemplares de cine, enciclopedias de arte y textos de arquitectura. Es por ello que la pregunta era evidente: su libro de cabecera.

 

–Lo perdí. Era Notas sobre el cinematógrafo de Robert Bresson y tenía pequeñas citas que daban pautas sobre cómo entenderte con el cine, con la actuación. Rayuela también es de mis favoritos. Los libros que ves aquí son, la mayoría, de consulta. Algunos se han colado.

La biografía de Basanta en la red social Twitter reza en inglés «Cineasta hasta el último día de mi vida». Le consulto al respecto y dice «sí» sin dudar. Abordado sobre si se siente un cineasta completo me suplica que le deje nacer pues aún está viviendo los dolores del preparto. Según explica, le falta ver si llega al público, elemento de la mayor importancia en la vertiginosa tarea de hacer cine.

 

Sobre su gusto por las máscaras, dice que son un fetiche, y precisamente eso es lo que se hace en el cine: ponerse en otra piel. Curiosamente, cuando era niño interpretaba para su familia un personaje llamado «el hombre de las mil caras», que le permitía escurrirse en el mundo de los adultos mientras padecía de una extraña enfermedad que le afectó de manera importante al menos por dos años: «Me dejo ahora el cabello largo porque cuando era chiquito lo perdí siete veces».  

 

Basanta espera que la película Biodegradable le permita hablar al público y que finalmente esta obra que le ha arrancado con pasión cinco años de trabajo se estrene en un festival en el que confía y del que dice que va muy bien, pues ha logrado mucho respeto y credibilidad.

Juan, como ahora me pide que le llame, me invita a recorrer el estudio. Sendos espacios preñados de historias se alzan en un área amplia e iluminada. Dice que lo crearon hace algunos años y que él mismo buscó los utensilios del recinto que más disfruta: la cocina. Por lo que veo no ha perdido el tiempo: la nevera, al igual que su carpeta de proyectos, está llena.

 

–¿Quieres mango?

 

Asiento y tras un abrazo de despedida y agradecimiento me detengo bajo el árbol de flores naranjas para repetirme la idea que me ha ocupado durante la hora de la entrevista: ¡Tengo que ver esta película!

 

Katherine Hernández es periodista con mención en Comunicación Audiovisual, egresada de la Universidad Santa María en Caracas, Venezuela. Fue productora de programas informativos, reportera y conductora de noticias para el canal de televisión venezolano Globovisión. Actualmente, es directora de Comunicación Institucional del Festival de Cine Global Dominicano, para el que labora desde el 2011 en las áreas de producción, edición de impresos, desarrollo de plataformas web y redes sociales. También es editora y directora de la revista Sala de Espera RD.

 
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