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Los dólares de arena: El nuevo reto de Guzmán y Cárdenas

Por Rab Messina

 

La provincia de Samaná completa tiene poco más de 100,000 habitantes. De estos, unos 40,000 residen en su municipalidad más vistosa, la más atractiva para el turismo: Las Terrenas. El gancho para el extranjero no es tanto la virginidad de sus playas o una infraestructura hotelera fornida –ambas instancias cuestionables–, sino una infraestructura emocional que promete un contacto cultural auténtico y directo, casi virginal, para las tres partes involucradas –-el dominicano, el extranjero y el ecosistema terrenero–. Esa cifra de 40,000 se estira y se encoge con cada forastero que sube o baja la carretera hacia un lugar en donde olvidar temporalmente la estructura del primermundismo, y, en muchos casos, aprovechar la herencia y las posibilidades de esa estructura a través de intercambios mutualistas con los locales.

 

Es ahí, en el epicentro de relaciones internacionales de la península, donde se filmará Los dólares de arena, la adaptación cinematográfica del libro homónimo del francés Jean-Noël Pancrazi. En la novela, cuya traducción al español, a cargo de David Puig, lanzó en el 2010 Ediciones De a Poco, un escritor parisino entrado en edad y un joven dominicano iletrado entablan una relación emocional-financiera-sexual, con porcentajes muy diferentes para cada persona involucrada –más emocional y sexual para el galo, y eminentemente financiera para Noelí, su contraparte mulata–.

 

A unos treinta minutos del Pueblo de los Pescadores, uno de los puntos en donde más chancletas, gomas de motores, passolas y four-wheels circulan en Las Terrenas, están Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas, los directores de la película. El dúo, ella dominicana y él mexicano, es más conocido en la República Dominicana por Jean Gentil (2010), la historia de un inmigrante haitiano que solo cuenta con la esperanza de encontrar un empleo; en México se les recuerda por Cochochi (2007), el recuento de la odisea cultural de dos niños rarámuris que pierden el caballo familiar. En ambos países están promoviendo Carmita (2013), su tercera producción juntos, un documental en la vena de Sunset Boulevard que ha pedido varios préstamos a la ficción. Las dos primeras fueron recibidas por el público cinéfilo local como una esperada respuesta a la pregunta: ¿Cuándo habrá cine de autor en Dominicana?

 

Para su cuarta película han sentado base cerca de Playa Morón, por Punta Lanza del Norte, un paraje vecino a un pueblo llamado Agua Sabrosa. Entre la leve brisa que hace un esfuerzo contra el calor, el ruido lejano de los motores y los ojos paulatinamente puestos en el bebé de ambos, están trabajando en la adaptación de la historia. Para esto cuentan con la anuencia expresa de Pancrazi, quien ha brindado retroalimentación remota y posiblemente estará en el filme en un papel pequeño. «Confío en que Laura Amelia e Israel van a reconstruir [en su película] la realidad [expuesta en el libro]», afirmó el autor a Aurora Dominicana, la casa productora de la pareja. «Sé que van a permanecer fieles a la atmósfera del libro; claro, con la libertad de darle su propia interpretación».

 

Israel ya había trabajado en otro proyecto de adaptación de novela, con Los últimos cristeros, y la experiencia le ha valido para este caso, el primero en su trayectoria en donde trabajan sin un guión original. «No se trata de ilustrar el libro; estamos trabajando una ficción a partir de elementos que nos llamaron la atención», explica Cárdenas.

 

Se interesaron por «el sabor del baile, de la noche, de Samaná» que define la novela, «una escritura en prosa con poesía rica», según añade Israel. En efecto, los muros de texto sin pausa de Pancrazi, de corte proustiano, están preñados de dagas tipo «sus ojos evocaban, al mismo tiempo, todas las chispas de una inocencia que nunca habían tenido» y «esa leche que calentaban tanto tiempo en el fuego, hasta que todo quedara impregnado con su olor en la única pieza de la casa, como para recordarla después».

 

Laura Amelia, quien ha visitado Samaná desde su infancia, sentía que «ese francés, ese extranjero conocía cosas de mi país que yo no veía. En un principio tratamos de ponernos en su lugar, desde su punto de vista, pero no somos extranjeros, así que estamos dándole una respuesta al libro, tratando de verlo desde aquí».

 

«Uno agarra [el libro] en un principio pensando que va a usar ciertas cosas y al final termina usando otras; eso es parte del proceso de adaptación», prosigue el mexicano. «Eso sucedió con los personajes».

 

Uno de los mayores cambios en la trama es el género de los roles protagónicos. Ahora el punto de vista principal tiene ojos de mujer, los verdosos de Geraldine Chaplin en la piel de Anne, y los de Yanet Mojica, quien da vida a Noelí. «Este cambio no obedece a una adaptación literal del libro, pero se conservan otras cosas del espíritu», dice Cárdenas. No fue una acción premeditada, sino orgánica.

 

La oportunidad de trabajar con la actriz británico-estadounidense, de casi 70 años, se presentó de forma «casual, muy sencilla», según explica él. Tras enterarse de que le había agradado su trabajo en Jean Gentil, decidieron contactarla para un papel inicialmente más pequeño. Sin embargo, su entusiasmo fue generando cambios en el guión, agarrando más fuerza hasta generar un rol coprotagónico.

 

«En un momento estuvimos a punto de tirar la toalla, pero el que estuviera ella y ofreciera esa energía nos motivó a no hacerlo», recuerda Israel, tomando en cuenta que comenzaron a trabajar la novela desde enero del 2011.

 

Chaplin estuvo en el país en junio del 2013, en el microcosmos terrenal, para filmar una escena de prueba en la habitación que compartirían Anne y Noelí, y otra en la playa. En la primera, la actriz articula con su cadencia cascadientes, característica que emerge cuando habla en español, convirtiendo las sílabas en palabras y arropando cada una de ellas con seseada y serpentina dulzura. Una de las razones principales por la cual Guzmán y Cárdenas se decidieron por Yanet, quien nunca antes había actuado, fue su espontaneidad y la naturalidad de su interpretación. En esta escena, al seguirle la pauta a la veterana hace lo que casi todo dominicano haría, para bien o mal: por unos instantes, sin darse cuenta, pierde el acento, y por ósmosis realiza una imitación burda e inconsciente del hablar de Geraldine. Todo sin perder un guiño de ojos que parece recorrerle el cuerpo entero.

 

Ese fuego relajado les llamó la atención cuando la vieron por primera vez en una disco-terraza de Samaná –es bailarina de salsa para espectáculos–, y fue el que los llevó a realizar una prueba. «Es superespontánea a la hora de improvisar, y nos enamoramos de su creatividad al hablar, con palabras que hasta se inventa para salir adelante con la historia», explica Laura Amelia.

 

Yanet, con 20 años repartidos de forma equitativa entre Santo Domingo y Samaná, parece ser la inspiración detrás del adjetivo espigada. Tiene la piel de ese color melaza uniforme, parejo, que tanto atrae a los ojos verdosos, azulados, grisáceos. Los suyos, a su vez, cargan con una sonrisa permanente, aun cuando expresan preocupación. Ese interior juguetón externado en Noelí hace todavía más visible el nudo viviente que encarna Geraldine, y la necesidad afectiva de una que sobrepasa la económica de la otra.

 

En la segunda escena de prueba hay cuatro personajes: Anne, el hermano de Noelí, los enormes ojos de la Chaplin en una representación vívida del desasosiego, y las olas que parecen burlarse con su indiferencia de los asuntos menores de los protagonistas.

 

Al igual que Yanet, Ricardo Ariel Toribio, quien da vida al hermano de la protagonista, es principiante. A mediados del 2013 estuvo en el país la banda rusa Pompeya, contactada a través de unos dominicanos en Brooklyn, desde donde opera la agrupación. De aquí conocían a Ricardo Ariel, un percusionista relacionado a su vez con Laura Amelia e Israel. Cuando Pompeya decidió hacer de Santo Domingo la locación para el videoclip de su canción Power, todo cayó en su sitio: la banda escogió al dúo para la dirección del clip; al buscar un hilo narrativo, el par recordó una anécdota curiosa que Ricardo les había contado, y decidieron reclutarlo para que él mismo la recreara frente a las cámaras.

 

Cuando buscaban un actor joven para interpretar al hermano de Noelí en Los dólares de arena, Ricardo les vino a la mente. «Todo es muy espontáneo, y va con el momento», explica Toribio sobre el modo de trabajar del par. «Soy músico, y para mí actuar es trabajar con armonía y tiempo desde otro punto de vista. Por eso me siento cómodo con su forma: ellos ponen una situación, y partimos de algo que nos dicen».

 

La dupla, heredera del cine lento de Kiarostami y primos racionales de Lucrecia Martel, va formando piezas al baño de María, en donde el sujeto se cree lejos del fuego, pero paulatina y pacientemente llega a cocerse, casi sin darse cuenta. En parte por esto, no trabajan con un guión escrito en piedra.

 

«No trabajamos con guiones cerrados, porque hay algo lindo de filmar: hay cosas vivas frente tuyo, que a veces no controlas», detalla Israel. «Cuando das espacio a que eso se mueva y actúe como es, es mucho más rico que tratar de moverlo hacia donde tu capricho quiere que esté; a veces son caprichos, precisamente».

 

Por eso trabajan con situaciones y no con diálogo apretado, con una especie de diagrama de flujo que gira hacia uno u otro desenlace dependiendo de la reacción natural del actor. Es casi como tirarse sin paracaídas, pero con una red de seguridad en el fondo.

 

«Muchas veces vamos construyendo las escenas a partir de una idea, pero es importante repasar toda la película con ellos e ir viendo qué pueden dar y qué no, y no forzarlos a dar algo imposible», explica Laura Amelia.

 

En el caso de los niños de Cochochi, hubo una relación de padre-madre con ambos turnándose detrás de la cámara, dándoles instrucciones en español, para que ellos las hicieran suyas en lenguaje tarahumara. En Jean Gentil ya había una ventaja con el actor principal, pues había sido profesor de Laura Amelia; ella, con un infante en brazos, se encargó del trabajo con los talentos, al tiempo que Israel manejaba la cámara. «[Pero] el simple hecho de contar con actores como Geraldine cambia nuestra forma de trabajar; el trabajar con una adaptación también es un ingrediente extra, y la atmósfera es diferente», razona Cárdenas, al pensar en el reto de octubre. Todavía no saben quién se encargará de qué durante la puesta en escena.

 

Mientras tanto, han estado trabajando en las locaciones, que para ellos funcionan de igual manera que los actores. «Lo importante es ubicar los momentos más que los lugares: los fines de semana, la gente que se junta en una disco-terraza, las mañanas cuando van saliendo al trabajo, la bomba de gasolina, un car wash, los muchachos entrenando en el campo de béisbol», detalla Israel. «La escena se puede ubicar en un lugar u otro, pero las locaciones están ahí».

 

Su aliado a la hora de capturar estos ambientes es Jaime Guerra, quien compartirá la dirección de fotografía con Israel. «Uno nunca sabe lo que va a pasar, así que estamos jugando para darle espacio al error, y no trabajar con lo planificado», explica Guerra.

 

Sin embargo, tiene algo claro: el resultado va a ser íntimo. Por temas de presupuesto, en vez de contar con las usuales luces de 18 kilos de otras producciones similares en alcance, trabajarán con las bombillas regulares propias de los ambientes. Jaime confía en la sensibilidad de las cámaras actuales para producir resultados verosímiles. «Vamos a trabajar con escasos recursos de iluminación, y estamos planteando formas alternativas de iluminar. No exageraremos bellezas: iluminaremos la realidad», resume el director.

 

Cárdenas y Guzmán declinaron discutir la cifra final del presupuesto. Hay algo que sí hacen público: son receptores de fonprocine, fondos producto de la Ley de Cine dominicana. Es justamente para creadores como ellos para los que la ley fue concebida: personas con visión narrativa, un empuje interno para producir arte endémico y un ingenio pragmático tal que puedan aportar al imaginario colectivo local por sí mismos.

 

Otro de los aportes de la película entra por los oídos. Aparte de los cinco personajes descritos arriba en las escenas de prueba de la película, hay un sexto: una bachata de Ramón Cordero. Para la banda sonora de la película están trabajando con Benjamín De Menil, de Iaso Records, quien se ha dedicado a rescatar y adquirir derechos de temas de bachata clásica, llegando a regrabar los temas con los músicos originales en algunas instancias.

 

Más que un accesorio, que un catalizador, que un lubricante para las relaciones internacionales terrenales, la bachata para el dúo es una representación en sí misma del potencial racional del filme. «A veces usamos la bachata para hacer una analogía con la película, en el sentido de que siempre habla de historias tristes, de despecho, de amores perdidos, pero el ritmo es bailable, positivo, alegre», explica Israel.

 

Tomando en cuenta la parte de las historias tristes, propongo que el leitmotiv de sus filmes es la miseria emocional; para ellos, el único leitmotiv es que no lo hay. «No nos gusta poner adjetivos, ni hacer proyectos que digan una cosa en concreto», afirma Cárdenas. «Buscamos proyectos que retraten y que motiven que el espectador pueda interpretar la película de diferentes maneras».

 

Lo que para unos es la fortaleza de su obra, un bellísimo lienzo casi a terminar en donde el espectador coloca las pinceladas finales de sombra y luz, un trabajo en conjunto, tanto de parte suya como del público, en donde todos colaboran en complicidad para quitarle capas a la cebolla paralelamente, para otros es una debilidad a mejorar. En su crítica de Jean Gentil, la columnista del New York Times Rachel Saltz alaba la fuerza de las escenas, pero se queja de las brechas en la trama. «Los cineastas muestran a una República Dominicana en transición mucho mejor de lo que cuentan la historia de Jean», escribe Saltz en una pieza del 2012.

 

Su mayor reto, si se sigue el razonamiento de la crítica, es el de infundir la cantidad suficiente de información de trasfondo, que Pancrazi revela con una ligereza precisa a través de monólogos internos, sin que esto entre en contraposición con la metodología de trabajo del dúo.

 

«No descubrimos las cosas cuando las filmamos, sino después de un tiempo», concluye Israel. «Aunque uno se pueda preparar mucho para filmar la película, la misma película, su edición, su proyección, es parte de la investigación. Así son los procesos que hemos vivido con las otras producciones».

 

Si todo sale según el cronograma, Laura Amelia e Israel seguirán descubriendo ángulos nuevos de Samaná, sobre el escape que representa el baile cuando se tiene el cuerpo en Dominicana pero la cabeza en el canal de la Mona, sobre el miedo a la soledad en el ocaso de la vida, desde las seis semanas de filmación hasta el primer semestre del 2014, cuando se estrene Los dólares de arena.

 

 

Rab Messina es periodista, con formación en la New York University y en la McGill University, de Montreal. Ha escrito para Estilos, U, Newsweek, Cookie de Condé Nast, Remezcla, SDQ, Refugios y El País. Actualmente es consultora editorial.

 

Bibliografía

Pancrazi, Jean-Noël: Los dólares de arena, Santo Domingo: Ediciones De a Poco, 2010.

Saltz, Rachel: «New Meaning to the Term “Rock Bottom”», The New York Times, 20 de abril del 2012, sección C8.

 
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