space

 

Carlos Dore visto por sus pares


A propósito de la publicación de Crónica de una razón apasionada: Artículos periodísticos 1997-2000, Roberto Cassá, Sherri L. Grasmuck, Rubén Silié, José Alcántara Almánzar, Miryam López, Ida Hernández Caamaño, Esther Hernández Medina, Arturo Victoriano y Leopoldo Artiles rinden homenaje a la trayectoria del doctor Carlos Dore Cabral.

Una de las maneras más idóneas de aproximarnos a los intelectuales que admiramos es a través de los comentarios de quienes los conocen, de quienes los han leído y de quienes han compartido con ellos. Aprovechando que la editorial Funglode ha publicado el libro Crónica de una razón apasionada: Artículos periodísticos 1997-2000, hemos querido rendir homenaje a la trayectoria del doctor Carlos Dore Cabral a partir de los recuerdos y las complicidades de sus amigos, colegas y allegados. Además de director de nuestra revista, Dore es sobre todo un destacado intelectual, político y sociólogo dominicano. Autor de obras como Problemas de la estructura agraria dominicana, Reforma agraria y luchas sociales en la República Dominicana, 1966-1978, y Problemas sociológicos de fin de siglo, también ha sido un importante activista social, un pensador que reflexiona constantemente sobre el ejercicio ético y una figura que ha jugado roles valiosos en nuestra historia reciente. A continuación, Roberto Cassá, Sherri L. Grasmuck, Rubén Silié, José Alcántara Almánzar, Miryam López, Ida Hernández Caamaño, Esther Hernández Medina, Arturo Victoriano y Leopoldo Artiles nos hablan de cómo lo conocieron, ponderan su trayectoria y hacen una valoración de su persona, su activismo sociopolítico y su obra.

Roberto Cassá

Respondo con todo el gusto a la solicitud para que rememore de manera sucinta las circunstancias en que comencé a tratar a mi amigo Carlos Dore. Esto me remite, en primer término, a la militancia común en el Partido Socialista Popular, que a partir de agosto de 1965 pasó a denominarse Partido Comunista Dominicano. Ingresé a esa organización a mediados de 1964, y en ese momento Carlos Dore ya era miembro, seguramente de reciente ingreso. Inicialmente no hubo contactos entre nosotros, aunque escuché mencionar su nombre en reiteradas ocasiones. Dore era estudiante de Sociología de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y yo estaba en tercero de bachillerato. De todas maneras, comenzamos a coincidir en reuniones plenarias del Comité Universitario Julio Antonio Mella, a las cuales éramos invitados los estudiantes de secundaria.

Propiamente, entablé relaciones con Dore en el seno de la Comisión Juvenil del PSP, creada hacia enero de 1965, en la que fungí como representante del sector de estudiantes secundarios por ser integrante de la Unión de Estudiantes Revolucionarios desde poco después de su fundación por iniciativa de su líder, Leonte Brea. En ese organismo del PSP sesionaban pesos pesados, comenzando por Narciso Isa Conde, su responsable en tanto que miembro del comité central. También estaba Asdrúbal Domínguez, reconocido por su carisma cuando fue secretario general de la Federación de Estudiantes Dominicanos. Pero la conducción de los trabajos universitarios correspondía en ese momento a Dore.

Las discusiones que se sostenían en ese organismo repercutieron sobremanera en mi militancia, ya que se abordaba la evolución de la coyuntura política y problemas generales de una estrategia revolucionaria. Narciso y posiblemente en mayor medida Asdrúbal expresaban puntos de vista que a veces no coincidían con los lineamientos establecidos por la dirigencia, o bien enfatizaban conceptos para validar determinadas posiciones que consideraban importantes; tal fue el caso de la consigna del retorno de Bosch a la presidencia, esbozada hacia marzo de 1965, que generó ciertas aprensiones en una porción de la dirigencia a causa de las divergencias en el exilio entre Bosch y los comunistas dominicanos.

Desde esos días aprecié cualidades excepcionales en Dore. Él era ya un militante de amplio reconocimiento a causa de la poca usual integración entre la vocación intelectual y la responsabilidad política. Para mí se hizo visible que Dore había comenzado a familiarizarse con la teoría marxista y con las corrientes clásicas de la sociología. Esto le aportaba la capacidad para resolver problemas cotidianos de la acción, por lo que se tornó en un miembro connotado de la organización. Pero esta disposición emanaba de una voluntad política para mí llamativa, puesto que yo carecía de tal voluntad y visualizaba mi participación restringida a la condición de simple militante de base.

Esas condiciones le permitieron a Dore ejercer un liderazgo entre un conjunto de estudiantes universitarios. Entonces el PSP se perfilaba como el conglomerado de la izquierda donde confluía mayor capacidad reflexiva, lo que se fue ampliando con el tiempo después de 1965, después que salieron del Movimiento 14 de Junio figuras de elevado nivel cultural.

En los años posteriores se profundizaron las relaciones entre Dore y yo. En París, en mayo de 1970, tuvimos ocasión de intercambiar día a día. Aprecié en él importantes desarrollos intelectuales en la dirección de un marxismo crítico con la herencia soviética. Aunque yo no vivía entonces en el país, pude llegar a la conclusión de que la búsqueda de formulaciones originales que enarbolaba la dirigencia del PCD tenía en Dore un pilar intelectual. Me llamaba la atención su sentido de compromiso práctico, que no se hacía incompatible con la reflexión independiente. Creo que esta combinación ha quedado como el rasgo característico de su personalidad y estoy seguro de que es mucho lo que podría discurrirse acerca de sus contribuciones en esos años y en los posteriores. Por ejemplo, comenzaba el examen de los problemas agrarios, en torno a los cuales produjo materiales insustituibles.

La confianza mutua entre él y yo se manifestó en diversas oportunidades. La última fue el apoyo desinteresado y generoso que desde la DIAPE ofreció a la gestión del Archivo General de la Nación ante el presidente Leonel Fernández.

Sherri L. Grasmuck

Lo conocí en 1980 durante una cena que Alejandro Portes organizó en El Vesubio. El propósito de la cena consistía en presentarme a los estudiosos e intelectuales progresistas dominicanos y ayudarme a encontrar un supervisor de investigación para un proyecto que había comenzado sobre la migración dominicana a Nueva York. Entre los asistentes se encontraban Isis Duarte, José Alcántara, José del Castillo, Frank Moya Pons y Carlos Dore. Antes de la cena estaba aterrorizada. Nunca antes había tenido que perorar con académicos en español y pensé por supuesto que Carlos en particular, con su trasfondo político, sería el más antiestadounidense del grupo. Al final resultó una cena agradable y animada en la que fui recibida calurosamente. Pero Carlos era inescrutable. Escuchó, pero dijo muy poco. Leí su reticencia como hostilidad y no me imaginé que sabría de él otra vez. Imaginen mi sorpresa cuando Carlos envió a Noris Eusebio, su esposa de entonces, a mi hotel al día siguiente porque él sabía que tenía las habilidades y el conocimiento que se necesitaban para dirigir el equipo de investigación. Noris rápidamente se tornó indispensable, y ambos, Noris y Carlos, se hicieron mis amigos de toda la vida. Este es el Carlos que llegué a admirar tanto: sin pretensiones, eficaz, serio, comprometido, pero también lleno de sorpresas y con esa sonrisa perpleja.

Décadas después, nuestros caminos se cruzaron en muchos lugares: en comidas, en los días compartidos en la playa con la familia, en las conferencias de sociología de la migración, a ambos lados del charco. Con los años, lo que siempre he admirado de Carlos es su confianza en el potencial del trabajo intelectual para patrocinar el cambio social, junto con la gran versatilidad de sus actividades públicas. Él es un activista político, por supuesto, pero también ha jugado un papel importante en el liderazgo académico y político, así como en los estudios sobre sociología rural, urbanización y migración haitiana en la República Dominicana. Cabe destacar que la suya fue una de las primeras voces públicas en hacer frente a la compleja identidad racial dominicana, así como a la discriminación antihaitiana, temas que eran tabú en la mayoría de los círculos a principio de los ochenta.

Cuando Carlos se ganó la prestigiosa beca del Centro Woodrow Wilson, y vivió en Washington D. C., sufrió un largo distanciamiento de su familia a causa de los obstáculos políticos que le había impuesto el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Durante este período, nos hizo visitas regulares a Filadelfia para lo que él llamaba «terapia del taco». Hacíamos tacos con frecuencia y a él le encantaban. Como era vegetariano, los suyos eran de frijoles y verduras. Le gustaba decir – ya que no comía carne–: «Mira, Sherri, si hay aguacate, no hay problema». Bromeé con que este debía ser el epitafio en su lápida, y estuvo de acuerdo. Con esto quiero decir que hago honor a Carlos y a su generosa e influyente presencia intelectual, pero también quiero honrar a mi viejo amigo, un tipo cool, oyente astuto, y por importantes motivos planetarios, amante del aguacate.

José Alcántara Almánzar

Fue el señor Dore ‒como todos le decían‒ quien en 1962 me confeccionó un traje negro que usé por años. Entonces no podía imaginar siquiera que aquel reservado caballero era el padre de quien se convertiría en uno de mis amigos entrañables: Carlos Dore Cabral, a quien conocí una década más tarde en Taller, la editora de José Israel Cuello, que imprimió mis primeros libros de cuentos. Esa experiencia me permitió entablar fuertes nexos con uno de los seres humanos más íntegros que conozco, un intelectual de peso con una formación académica envidiable, un político de izquierdas que en su juventud luchó con denuedo por las utopías revolucionarias que bullían en nuestras mentes e inflamaban nuestros corazones.

Muy pronto nació una relación de afecto entre Carlos y su esposa Chello Despradel, Ida ‒que lo conocía muchos antes a través del amigo Narciso Isa Conde‒ y yo. En esa época ellos vivían con sus hijas Alejandra, María y Emilia en un cuarto piso de la calle Arzobispo Meriño, muy cerca del parque Colón. Compartíamos ideales de transformación radical, aunque hubiese que atenerse a la dura represión política de aquellos días. En Carlos siempre encontrábamos al analista profundo y ecuánime, pues, aunque apasionado, no se dejaba arrastrar por la ofuscación ni el sectarismo. Es lo que incluso sus contradictores han tenido que admitir: esa capacidad infrecuente de mantener la «cabeza fría» aunque discuta sobre los problemas más candentes, como lo demostró en sus artículos en Impacto Socialista, la revista del Partido Comunista Dominicano (PCD), en sus libros acerca de la reforma agraria, la migración haitiana, el crecimiento urbano, la integración caribeña, entre muchos otros temas, siempre en busca del análisis justo y preciso, pues jamás se ha quedado en la pura y simple crítica de modelos o gobiernos.

Carlos fue un activo miembro de la Asociación Dominicana de Sociólogos desde su origen y tuvo una participación decisiva en los trabajos del Primer Congreso en 1978. Después, en los ochenta, estuvimos muy unidos en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (Intec), cuando éramos profesores ilusionados en mejorar el país a través de la educación. Era un maestro carismático con una legión de alumnos que lo adoraba. Participamos juntos en algunos seminarios para discutir asuntos del momento. Hablábamos mucho en mi cubículo de la Facultad de Ciencias Sociales, pero las pláticas cesaron cuando él partió hacia los Estados Unidos para hacer el doctorado que lo transformó, sin modificar su esencia. Puedo decir que fui, dos veces, su «candidato fallido», fruto de la amistad que nos une. Primero a rector del Intec ‒él mismo me presentó una mañana ante la comunidad académica‒, y luego, cuando se hallaba en Estados Unidos, pensó en mí para catedrático en Temple University, como se lo expresara a Ida en un fax a principios de los noventa, tal vez pensando en que daría la talla por mi experiencia como profesor Fulbright en Alabama.

Son incontables los caminos para llegar a Carlos Dore. Para mí hay tres fundamentales: el humano, el intelectual y el ético. Este último atributo quedó de manifiesto en su labor en Funglode, o al poner su extraordinario talento y competencia profesional al servicio del poder político, sin traicionarse ni dejarse malear. Es por todo eso que lo admiramos y queremos tanto.

Rubén Silié

Carlos Dore pertenece a lo que yo llamaría la generación del compromiso. Cuando el país se liberó de la dictadura de Trujillo, la juventud dominicana tomó con fervor y responsabilidad el legado libertario de los héroes de junio. Queríamos sacudirnos el miedo, romper con el oscurantismo, abrirnos al mundo, conocer lo que significaba vivir en libertad. Así conocí a Carlos, ambos cursando el bachillerato en el entonces Liceo Presidente Trujillo. Fue de los primeros en destacarse como dirigente estudiantil, de aquellos que no se conformaron con desprender las letras del nombre del Liceo, sino que también estudiaban con furor para desentrañar la verdad que por tantos años había ocultado la dictadura. Junto a otros de su talante, polemizaba con los profesores mejor preparados del Liceo. Al ingresar a la Universidad, siempre en la vanguardia de la lucha por la destrujillización, se destacó como dirigente estudiantil de la Federación de Estudiantes Dominicanos. Hasta ese momento, tanto él como otros jóvenes dirigentes, reconocidos como estudiantes brillantes, fueron una referencia revolucionaria, vistos con gran respeto y admiración, incluso por quienes aún no habíamos llegado a la universidad.

Una vez en la Universidad, gracias a Osvaldo Domínguez y José Rivas Tavárez, con quienes me hermané de inmediato, fui conociendo a la admirada élite estudiantil de los sesenta. Fue así como me acerqué a Carlos, cuyo verbo elocuente, sin arrogancia y de gran humildad, me atrajo. Puedo decir que haberle conocido contribuyó a que me inclinara por la sociología, dejando de lado las insinuaciones de mi padre, quien ya era mi guía intelectual y deseaba que le siguiera en los estudios del Derecho.

Estudiando en la Escuela de Sociología, cuando el auge del marxismo nos hacía sentir tan cómodos, dado que desde allí respondíamos todas nuestras inquietudes, estreché la amistad con Carlos y empezaron las complicidades políticas con mi ingreso al Partido Socialista Popular, donde pasé a pertenecer a una pequeña célula a la cual le dispensaba Carlos alguna atención particular.

Desde los años sesenta nos acostumbramos a leer sus aportes periodísticos siempre guiados por aquella búsqueda de la verdad. Los jóvenes de entonces teníamos mucha prisa por cambiar las cosas, temerosos de que si no nos apurábamos perderíamos la oportunidad histórica para hacerlo, de ahí el porqué de la «razón apasionada».

Sin descuidar sus compromisos políticos terminó sus estudios universitarios, luego hizo una maestría en sociología rural, auspiciada por la Clacso, en la UASD y posteriormente estudios de posgrado en Estados Unidos bajo la dirección de Alejandro Portes.

Compartí con Carlos sus inquietudes sobre la historia del Caribe y la cuestión del prejuicio racial en la definición de nuestra identidad cultural. Sobre el tema haitiano en todas sus vertientes unimos nuestros esfuerzos para contribuir a liberar a nuestra sociedad del miedo que le inculcó el oscurantismo trujillista.

En ese constante quehacer se fue formando el intelectual e investigador de las Ciencias Sociales, Carlos Dore Cabral, quien se ha destacado no solamente como político, sino como profesor e investigador.

Miryam López

Conocí a Carlos Dore lejos del entorno político y activista dominicano. Lo conocí en un ambiente espiritual y de desarrollo personal. Y, como extranjera, no tenía idea de su trayectoria profesional o del tamaño de su figura política en la República Dominicana. Así que lo vi tal como era: un hombre con un corazón inmenso, ávido de crecer, de aprender, de dar lo mejor de sí mismo; un hombre con un amor profundo por el ser humano, que no cesa en su búsqueda de respuestas y que sufre ante las injusticias. Después tuve la dicha y el honor de compartir con él caminos profesionales: fue mi jefe, mi mentor, mi mejor amigo. Me maravillaba ver cómo organizaba el día sentando en su computadora a las 4:30 de la madrugada; cómo se interesaba por la historia personal de cada uno de los empleados que trabajaban con él. Era un deleite oír sus historias y anécdotas, que siempre contaba entre risas, aunque hablara de torturas o de persecuciones políticas. Con él entendí lo que es la lealtad y el compromiso. Aprendí acerca del servicio y el trabajo incansable por los demás. Y que es posible tener una mente brillante y aguda y al mismo tiempo un espíritu amoroso y solidario, con los pies bien puestos en la tierra –cualidades que pocas veces he visto que vayan de la mano–. Me piden que hable de sus aportes como analista y activista social. De eso quizás no puedo decir mucho. Pero sí puedo decir que Carlos Dore ha tocado y toca las vidas de todos quienes hemos tenido la suerte de compartir algún pedazo de nosotros con él. Y, a través de su obra y de sus ideas y de sus pensamientos, lo seguirá haciendo por muchas más generaciones por venir.

Ida Hernández Caamaño

Carlos Dore y Cabral, como con mucho énfasis protocolar, pero en pura broma, solía saludarle y llamarle cuando en los años ochenta nos encontrábamos en el patio, en una reunión o en los pasillos del Intec, fue un amigo heredado de Narciso Isa Conde, a través de Orlando Martínez, en el fragor de las excitantes jornadas ideológicas posrevolucionarias de finales de los años sesenta.

Del grupo de pecedeístas de aquel entonces, a quien primero conocí y traté muy de cerca fue a Orlando Martínez, a finales del año 1965, cuando apenas tenía 16 años, y mi conciencia política y social, mis conocimientos intelectuales y vivencias personales de la vida no pasaban de ser acciones relacionadas con los mandamientos de la ley de Dios, pequeñas prácticas de caridad y compromiso de solidaridad, que, a través de dos colegios católicos donde estudié, propiciaban mi formación humana y mi sensibilidad social, así como las lecturas de algunos libros iniciadores esenciales que me inocularon actitudes combativas frente al mundo, compasivas con la humanidad, y que me llevaron a una mayor conciencia del universo.

A pesar de mis amigos Orlando Martínez, Pedro Caro, Osvaldo Domínguez, Narciso Isa Conde, Lourdes Contreras (Lulú), José Israel Cuello, Lourdes Camilo, Carlos Dore, Consuelo Despradel y otros más; a pesar de mis pequeñas colaboraciones en actos del PCD; a pesar del lazo afectivo y mis simpatías, nunca me registré como miembro del mismo, y con el tiempo pude comprobar que lo mejor que coseché de esa experiencia fueron esos afectos, las auténticas amistades que de ahí se derivaron, mis aprendizajes, las maravillosas conversaciones de todo tipo y las convicciones sobre la valía moral de ese grupo exquisito de personas, donde Carlos Dore fue uno de los que, por azar de la vida, continuó relacionándose conmigo de manera directa y cercana durante muchos años más tarde y, por un poco, hasta casi estos días.

En 1971 me casé con José, quien posteriormente se convirtió en colaborador de la revista Impacto Socialista, un elemento más que nos hizo ser asiduos invitados de Narciso y Lulú, y por donde empezamos una relación más directa, profunda y personal con Carlos y Chello. José, Carlos y Chello eran sociólogos de formación; yo abogada, y el tema político social, literario, cultural, de la vida misma, era centro esencial de esas reuniones, aderezadas con deliciosas cenas o picaderas preparadas por Chello y su extraordinario sentido del humor, donde lo mejor eran las personas que las componían.

Otra conexión especial con Carlos Dore fue en el año 1976 cuando me propuso hacer el índice analítico del libro Historia de la Restauración, de Archambault, que publicaba Editora Taller. Fue mi primer trabajo de esa naturaleza y él quedó muy complacido y yo aleccionada. Tres años después empecé a trabajar en Intec, y al poco tiempo un grupo de profesores de la UASD ingresó al cuerpo docente de esa institución, entre ellos Carlos Dore; ahí empezamos una nueva manera de relacionarnos cotidianamente, ahora en la vida académica.

En la Facultad de Ciencias Sociales, yo era coordinadora de Educación Permanente y con Carlos organizamos diferentes eventos; aparte de las reuniones docentes ordinarias, él como profesor de diferentes asignaturas de sociología y yo como asistente del decano trabajamos en lo relacionado con asuntos académico-administrativos de los estudiantes. Nuestras conversaciones eran prolongadas y sé que favorecieron nuestra mutua simpatía y afecto. Advertí rápidamente el liderazgo que Carlos tenía frente a sus estudiantes. Recuerdo que era un profesor particular y asiduamente requerido y que formaba con sus estudiantes grupos de estudio para realizar trabajos de campo. Esos estudiantes pasaron muchas veces a ser parte de sus amigos.

En cuanto a su personalidad, Carlos ha sido un hombre más bien callado pero siempre con mucho que decir y en el que uno advierte una alta ebullición interior; tranquilo, porque puede ser paciente, respetuoso y autocontrolado en la conversación; parsimonioso, porque no apresura las conclusiones de su pensamiento, dando tregua a su interlocutor, pero a la vez combativo, con una fuerte convicción de sus ideas, amplia cultura y profunda y definida formación política, lo cual ha sido su camino público más trillado y expuesto.

La principal obra de Carlos Dore no la constituyen solamente sus libros, donde está el contenido de su pensamiento, los fundamentos ideológicos de sus luchas, de sus batallas, y sus principales ideas, análisis y propuestas políticas, sino otras expresiones vitales a través de las cuales expandía su humanismo creador y polémico. Ha sido desde activista político, escritor, editor de obras, profesor-maestro, hasta funcionario de Estado de alto nivel en materia de análisis y estrategias del poder para el desarrollo social. Amigo cabal y fiel, es un hombre que ha buscado el autoconocimiento y el desarrollo de su espíritu, el equilibrio entre cuerpo, mente y emociones, trabajando la vida también desde lo más profundo de su ser interior.

Mi admiración, respeto y afecto por Carlos Dore empezó por mi valoración de sus cualidades personales, de su inteligencia, su honestidad, el respeto por los demás, la coherencia y convicción de sus principios y su gran capacidad intelectual.

Llegaron los años de la distancia, de los encuentros esporádicos y recuerdo la profunda alegría que nos proporcionaban esos momentos de poco tiempo. Había una especie de complicidad burlona que nos hacía reír con ganas, y hace muy poco una amiga común de ambos me envió una foto de su boda en el año 1979, donde Carlos y yo estamos retratados juntos: él con el ramo de flores de la novia y yo, embarazada de mi último hijo, con mi cara joven aprobando la ocurrencia.

Así de este modo prefiero recordar para siempre mientras viva a mi querido amigo Carlos Dore y Cabral.

Esther Hernández Medina

Carlos y yo nos conocimos cuando yo era estudiante y él profesor en la primera ronda de la Maestría en Género y Desarrollo que desde entonces organiza el Centro de Estudios de Género en Intec. Dado que él era quien era y yo soy hija de quien soy, desde el inicio me propuse impresionarlo por mis propios méritos, no por ser hija de uno de sus camaradas del Partido Comunista Dominicano (PCD).

Y es que ya había oído mucho hablar del famoso Carlos Dore, el revolucionario, el sociólogo, el estudioso de la reforma agraria, el innovador de los estudios urbanos en el Caribe, el dirigente del PCD y un largo etcétera, lo que me hacía sentir un poco intimidada y sumamente curiosa ante el hecho de conocerlo. Al finalizar la clase, muy oronda, sabiendo que ya me tenía por una de las mejores estudiantes, fui a decirle de quién era hija: «De Arsenio Hernández e Yluminada Medina» y, para mi sorpresa, su respuesta no tuvo nada que ver ni con política ni con la academia sino con mi personalidad: «¡Pero tú te pareces mucho a tu mamá!».

Esa interacción ha marcado mucho de nuestra relación desde entonces. Por un lado porque Carlos me adoptó como «hija intelectual», como dicen tantas de nuestras amistades. Y por otro, porque me adoptó con el cariño protector que tantos exdirigentes del PCD han tenido conmigo y con otras hijas e hijos de sus camaradas. Hablo de gente como Sully Saneaux, José Israel Cuello, Rubén Silié, Pedro Hernández, Narciso Isa Conde, Lulú Contreras, César Pérez, Martiza Colón, Secundino Palacios..., para nombrar unos pocos.

Pero no fue hasta después de trabajar juntos en muchos seminarios, consultas y procesos cuando pude realmente apreciar el rango amplísimo de la agudeza y valentía intelectual y personal de Carlos. Ya fuera haciendo consultorías, debatiendo sociología urbana con el afamado Alejandro Portes, escribiendo informes para el presidente Fernández en la primera DIAPE, editando los libros y viajando por el país con el Diálogo Nacional o hablando de sociología, de política y hasta de béisbol en su casa (él es la única persona que puede hacer que yo vea un partido de pelota), ha sido un privilegio inmenso ser su discípula, estemos o no de acuerdo. Y es que a Carlos nunca le ha interesado estar de acuerdo, sino el debate respetuoso, aunque siempre apasionado, de las ideas de cada quien.

Y que conste, la sabiduría de Carlos nunca ha sido academicista sino vital. Me explico. Antes me sacaba de quicio cuando se ponía a hablar de jazz («¡Y dale con Coltrane!») o sobre política internacional («¿Pero qué tiene que ver Brasil con esto?») o sobre historia («¿Y cuántas veces va a hacer ese cuento de la Revolución?») cuando teníamos, pensaba yo –pobre ingenua–, cosas más importantes que hacer.

Pero casi siempre tiene razón. Si había un tema urgente, me lo hacía saber por supuesto («Si el informe no está a tal hora, ya no lo traigas», me decía), pero Carlos siempre ha priorizado lo importante sobre lo urgente: el cultivar las amistades y los amores, el dar el abrazo y el consejo a tiempo, el buscar las razones profundas e históricas de los fenómenos sin dejar de tener los pies anclados en el presente.

La anécdota, el consejo, la canción... tenían directamente que ver con lo que estábamos viviendo en ese momento personal o profesionalmente. Y así sigue siendo. Por eso es que hace mucho lo apodé «Carlitos Way»... porque Carlitos siempre ha vivido la vida a su manera, y cuánto me alegro.

Arturo Victoriano

Conocí a Carlos Dore personalmente en septiembre del año 2000 cuando me entrevistó para un puesto de trabajo como su asistente de investigación en la recién creada Fundación Global Democracia y Desarrollo, puesto que terminé aceptando y desempeñando hasta que me mudé a Canadá en el año 2001. Claro está que ya conocía a Carlos a través de su lucha política, de sus escritos en la prensa y de su trabajo, junto a Esther Hernández Medina, en el Diálogo Nacional. Durante los años que laboré en el Consejo Presidencial de Cultura (1997-2000), la figura de Carlos como intelectual y como generador de opinión y pensamiento fue fundamental para muchos de nosotros.

La obra de Carlos es una obra inmensa tanto en calidad como en cantidad. Sus observaciones sobre la realidad dominicana fueron un referente en el presente en el cual se produjeron y son, ahora, referentes para los historiadores y analistas sociales y políticos que quieran entender el devenir de la cosa pública en la República Dominicana a partir de 1962.

Carlos, durante casi 50 años, fue uno de los pilares de los debates políticos, académicos y sociales en la República Dominicana. Debemos recordar que con solo 24 años, en 1966, fue uno de los miembros de la Comisión de Reforma de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Sus análisis sobre las leyes de Reforma Agraria de 1972 fueron paradigmáticos en aquel entonces y le ganaron respeto continental. A partir de finales de los años setenta del siglo XX y hasta la primera década del siglo XXI su atención se centró en la migración haitiana hacia República Dominicana, la migración dominicana hacia Estados Unidos y la cuestión urbana en el Caribe. En estos tres campos, hizo aportes seminales de los cuales los estudiosos seguimos extrayendo conceptos, ideas, y con los que seguimos alimentado el debate académico y social en torno a ellos. En los años noventa sus columnas e intervenciones en la radio generaron pasiones encendidas, provocaron enemistades y encuentros y definieron una serie de líneas de pensamiento hacia figuras de la vida pública que aún perduran.

Para terminar, quiero recordar al hombre sabio, cariñoso, que en largas conversaciones al final de largas jornadas, como un padre, me ha dado consejos sobre la vida. Su sentido de humor sin par riega las conversaciones con risas y comentarios sagaces. Respecto a las relaciones interpersonales siempre me ha dicho: «Arturo, esa racionalidad no te deja progresar, tienes que enamorarte con el corazón y no con la cabeza». Y termina con una risa franca, alegre y con el abrazo paternal.

Leopoldo Artiles

Conocí a Carlos Dore primero como un nombre que encabezaba muchos artículos sobre el problema de la reforma agraria y otros problemas político-sociales en los años setenta, que se publicaban en una revista que editaba el Partido Comunista de entonces, llamada Impacto Socialista. Supe de esa revista cuando me prestó uno de sus números mi entonces amigo –estudiante, como yo, de Sociología, pero en pleno ejercicio del periodismo– José Labourt, lamentablemente ya fallecido. Luego conocería a Carlos Dore en persona en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, cuando ambos éramos profesores ayudantes del Departamento de Sociología. Fue una experiencia extraña compartir con Dore como si fuéramos iguales, pues para mí era ya un ídolo (él no lo sabía porque nunca le expresé esa verdad), y lo reconocía como un sociólogo maduro que ya había hecho una contribución importante a la sociología dominicana.

Durante mi breve militancia en el PC fui parte de un equipo de economistas, sociólogas y sociólogos jóvenes que él formó, y ahí nuestra amistad se estrechó aún más, pero una vez que mi militancia cesó, aunque no mi simpatía por lo que dicha organización representaba entonces, la vida me empujó hacia la Universidad de Minnesota, donde hice estudios de doctorado durante seis años de la década de los noventa.

Al regresar al país en 1997 me reencontré con Carlos Dore cuando se me dio la oportunidad de acceder a una posición de analista comunicacional en una oficina de la Presidencia de la República Dominicana en el primer período de gobierno del Dr. Leonel Fernández Reyna. Allí de nuevo lo tuve como jefe y luego, en el 2009, como mi mentor y de nuevo jefe en el Instituto Nacional de Opinión Pública (INOP), adscrito a la Fundación Global Democracia y Desarrollo. Durante estos períodos llegué a conocer mejor a Carlos Dore como persona, pues mi admiración y reconocimiento de su obra sociológica, que estaba ya más que consolidada –aportes a la sociología rural, la sociología urbana, la sociología política, los estudios sobre informalidad,– y durante este período pude apreciar no solo al Carlos sociólogo, sino al Carlos fanático del jazz –en particular de Miles Davis y John Coltrane, sus favoritos–, al Carlos aficionado a la buena literatura nacional e internacional, clásica y moderna, al Carlos aficionado al buen cine, al buen vino..., en fin, al Carlos que sabía apreciar la vida en sentido amplio, capaz también de deleitarse con su función de padre de varias hijas y un hijo, cultivador de la amistad y la solidaridad. Como se puede apreciar, son muchas las facetas y aspectos del ser humano que ostenta el nombre de Carlos Dore, difíciles de sintetizar en pocas palabras, sobre todo cuando uno lo reconoce como un referente necesario en la disciplina científico-social que ejerció, en el plano de las relaciones personales y amistosas, así como también por su papel en la vida pública dominicana. Es cuanto, por ahora.

 

 
Global No. 62
Global No. 61
Global No. 60
Global No. 59
Global No. 58
Global No. 57
Global No. 56
Global No. 55
Global No. 54
Global No. 53
Edición No. 52
Edición No. 51